viernes, 25 de julio de 2014

Siento que volví a encontrar el amor en mi vida. Me enamoré, Roberto.
Antes que nada, te aclaro que no hablo de vos. Hace mucho tiempo que mis sentimientos hacia tu persona, querido ex amor mío, no son más que un montón de raras sensaciones más parecidas a una acidez estomacal que al amor. Necesito aclararte esto porque te conozco a la perfección, Roberto, conozco tu ansiedad y tu constante predisposición a mezclar y confundir las cosas antes de entenderlas. Como aquella vez que hiciste exorcizar a nuestra amada hija Renata por el Padre Juancho mientras tenía uno de sus ataques epilépticos. Pero no quiero irme por las tangentes ni quedarme rememorando los repetidos desastres a los que me tenés acostumbrada. Me corrijo, me tenías, porque gracias a la virgencita de San Nicolás ya no podés más meterte en nuestras vidas y convertirlas en un desastre.
Vuelvo al punto, a la razón de ésta (tal vez la última) carta que te escribo. Conocí un Hombre, un Hombre de verdad. Y, sí, con mayúscula también. Porque un hombre no es solamente una persona con un pene colgando,  un Hombre es alguien tierno, caballero, elegante y que huele bien. Si, Roberto, que huele bien, que comprende la importancia de una buena higiene personal. Ay, ex querido mio, jamás creí que ese hedor a tabaco húmedo que me dejaste impregnado en las sábanas desde el día que te fugaste de la justicia saltado por la ventana algún día iba a poder ser reemplazado por el aroma del éxito y una exquisita fragancia a vainilla. A eso huele mi nuevo Hombre.
¿Querés saber cómo se llama? Le dicen “El Mencho”
Todavía no se su nombre completo, dado que sólo fue una noche de desenfrenada lujuria no me preocupa, ya tendremos largos años de reciproco amor donde podré enterarme cada detalle de su vida y no ir descubriendo a cada rato oscuros secretos e impensadas perversiones como me pasó en todos los años casada con vos, Roberto.
Parece que “El Mencho” se dedica a la distribución de algún tipo de desinfectante por el interior del país. Me contó que viaja mucho a Tucuman y La Rioja, en especial a los bares ruteros. Parece ser que ahí las plagas de bichos son un verdadero problema. Cada cinco minutos le sonaba el teléfono y él les decía a (supongo yo, ya que él es un Hombre muy reservado) los clientes que ya tenía el producto y pronto los ibas a llevar a destino. No hay duda que todos dependen de él en éste rubro. Tanta muestra de éxito empresarial me tiene abrumada, no estoy acostumbrada, pero también me tiene muy excitada, como hace años no lo estaba, desde que tenía mi útero en su lugar. Es por eso que le entregué mi sexo a la primera noche de conocerlo. Vos sabés, Roberto, que yo no soy una mujer fácil, pero ciertas cosas merecen ser premiadas, y “El Mencho” merece recibir mi amor carnal. Además, también es un Hombre con hobbies, completo por todos lados. A “El Mencho” le apasiona representar modelos. Cuando vió la foto de nuestra amada hija Renata no paró de preguntar por ella, y cuando le comenté que justamente ella seguía con su rídicula militancia altruista por esas provincias pobres no dudó en decirme que iba a encontrarla para ofrecerle trabajo ¿No te parece un Hombre espectacular?
¿Quién te dice? Tal vez hasta tenga un trabajo de modelo para mí. No quiero emocionarme, pero podría volver a Paris (Francia), podría volver a contratar a Encarnación y volver a encerar los pisos como Dios manda. No dejo de soñar, Roberto. No dejo de soñar.


Tuya, Mónica 

domingo, 29 de junio de 2014

¿Pensaste que me había olvidado de vos, Roberto?
El tiempo pasó, lo sé. Y ya no soy la misma mujer que antes. No solo maduré como persona, también cambié mi físico.
Sí, Roberto, me operé.
Por fin pude cumplir el sueño que por tantos años dilaté por el miedo que me impusiste con tus tontas ideas  sobre los médicos que iban a chuparme las tetas mientras estuviese anestesiada. Pues te cuento, amor mío, que nadie me chupó las tetas en el quirófano porque justamente eso fue lo que me operé. Me puse pechos. Duros, gigantescos y con los pezones parados y rosados como dos frutillas. Me siento tan plena con mis nuevos senos, tanto como antes de perder mis ovarios ¿Recordás, Roberto? ¿Cuando aún conservaba mis ovarios y estaba llena de vida? Pues así me siento ahora.
Tengo que admitir, querido Roberto, que jamás viví un terror semejante antes de entrar al quirófano, ni siquiera como la vez que tuvimos que escapar de la policía por la Ruta 14 porque vos me estabas llevando a  los carnavales de Gualeguaychu en un Fiat Duna robado. E igual que aquella vez, estaba sola afrontando la titánica tarea de soportar la angustia, el miedo y el dolor. Ni vos ni Renata, nuestra hija que por más problemas psiquiátricos que tenga es amada, estuvieron para acompañarme. Y así, tampoco están ahora compartiendo esta etapa de mi nueva vida. Vaya a saber donde está Renata, lo último que supe de ella fue que seguía con su hediondo pretendiente recorriendo Catamarca para concientizar a los lugareños sobre el reciclado de basura ¿A vos te parece lógico, Roberto? ¿Hablarle de reciclado a gente que ni siquiera produce basura porque básicamente no come? Pero honestamente, ya no me importa. No voy a entrar en crisis por las locuras de la nena, este es mi momento y nada va a opacar la felicidad que me producen mis pechos nuevos.
Me siento plena, satisfecha y de nuevo, una mujer completa (aunque siga sin mis ovarios), y por eso estoy decidida a salir a la calle y conseguir un hombre que me haga sentir nuevamente el éxtasis de un orgasmo ¿Acaso te produce celos? Es lo que busco, Roberto, que enloquezcas de celos y sepas que ya no necesito tu pequeño pene para sentirme viva otra vez. Esta misma noche los hombres de la ciudad van a conocer a la nueva Mónica y sus tetas juveniles. Pero primero voy a buscar a Encarnación para recuperarla. Desde que tuve que echarla no volví a encerar los pisos y la suciedad ya me está dando asco. Tal vez algún día vuelva a escribirte, o mandarte una invitación a lo que será mi fastuoso casamiento si algún pretendiente me declara su amor eterno ¿Quién sabe, Roberto? ¿Quién sabe?


Tuya, Mónica 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Siete días atrás me tomé el colectivo de la línea 63 hasta La Matanza. Todavía sigo acá, Roberto, y no encuentro la manera de salir. Nuestra hija me advirtió al respecto, repitió que yo nunca había viajado en colectivo. Tonta de mí que no la escuché ¿Cómo voy a hacerlo si lo único que sale de su boca son groserías y blasfemias? El otro día me dijo, hacete coger por Satanás. Dios Mío, esa boca está condenada al infierno para toda la eternidad. Esa boca y todo su cuerpo también. Pero este no es momento para hablar de Renata y sus locuras. Necesito que vengas a buscarme urgente, Roberto, estoy aterrada.
Siete días atrás me tomé el colectivo hasta La Matanza buscando la casa de Encarnación. Desde que tuvo que dejar las tareas domésticas en casa no supe más de ella y hay cosas que yo no puedo resolver sola. Se me acabó la ropa interior limpia y no tengo idea como se usa un lavarropas. Estoy harta de estar sin bombacha por la vida. Me tomé el colectivo esa mañana imaginando que iba a ser una tarea fácil. Pero más fácil debe haber sido vivir en Auschwitz que viajar en un colectivo a la provincia, rodeada de gente que no sabe lo que es una ducha, o al menos un perfume. Estaba hacinada, no podía respirar por la cantidad de gente como por los hedores que cada uno cargaba. Tuve que fingir un desmayo para que me dejaran un asiento libre, y pagué un alto precio para estar cómoda. Como no tenía la bombacha puesta, me estuvieron manoseando todo el viaje. Metían la mano de una manera tan indecorosa y atrevida que por el miedo preferí seguir haciéndome la inconsciente. No quise abrir los ojos en ningún momento, ni siquiera cuando sentí como me estaban metiendo algo más que seguramente no era una mano. Así y todo, supe donde bajar, estudié el mapa a la perfección. Lo que el mapa no decía es que las calles eran de tierra y claramente no tenían ningún tipo de señalización ¿A quién le iba a preguntar, si las pocas personas que aparecían tenían peor aspecto que indigentes? Eran criminales, no tengo duda al respecto. Estaban  dispuestos a quitarme la vida por los pocos pesos que llevaba en la cartera. No quiero decir que estaba lleno de negros drogadictos y ladrones, Roberto. No quiero, pero no se me ocurre otra manera de explicarte. Encarnación es negra de piel, y bastante ignorante la pobrecita, pero es honesta. Y buena persona, jamás me contestó mal, ni siquiera cuando tuve que golpearla cuando pensé que robaba mis medias. Hasta supo agachar la cabeza cuando, sin que nadie me obligara, le pedí disculpas al descubrir que yo misma había tirado las medias porque estaban viejas. Pero la gente de acá es mala en su mayoría.  Me corrieron con un tramontina por uno de los pasillos de esta villa. No sé donde estoy exactamente ahora, porque  una señora de buen corazón me vio correr desesperada y abrió las puertas de su casa para que pudiese refugiarme hasta encontrar a Encarnación y pueda llevarla de nuevo a casa, pero no volví a salir desde entonces. Creo, estoy bastante segura en realidad, que donde me encuentro ahora es una cocina de cocaína. Una vez vi una en un documental de Discovery Healt y esta es exactamente igual. Pero a ellos no les molesta mi presencia, me están ayudando. A cambio les ofrezco sexo oral. No me juzgues. Es la ley de la selva y estoy dispuesta a  mostrar mis garras para sobrevivir, como lo hice después de la pérdida del útero. Pero necesito urgente encontrar a Encarnación para irme de acá y bañarme. Te pido por favor, Roberto, no hagas la denuncia a la policía, le prometí eso a la Yoli, la señora dueña de este lugar. Es una buena mujer, pero de todos amenazó con cortarme la lengua si hablaba con alguien de esto. Por eso esta carta es secreta y para hacértela llegar tuve que hacer otros favores. Por favor te pido, Roberto, buscame. Tengo hambre y mucho miedo de lo que Renata le esté haciendo a mis tulipanes. Nuestra hija no está capacitada para cuidarse sola, menos a mis amadas flores.


Tuya, Monica

jueves, 29 de agosto de 2013

Por más que intente, no logro adaptarme a los tiempos que corren. Trato por todos los medios de entender a nuestra hija, pero no comprendo nada de lo que me dice o hace. Estoy convencida que la nena anda en cosas extrañas, cosas que la gente normal, como yo, no hace. Ella insiste en que la juventud de hoy en día es así, que vive el día a día ¿Qué carajo significa eso? Ya no sé si creerle, Roberto. Necesito tanto que me ayudes, un consejo tuyo, pero como siempre de egoísta vos, me tenés abandonada. Prófugo de la justicia o no, deberías llamarme cada tanto. Jamás yo le informaría a la policía de tu paradero. Esta chica necesita de una mano dura, a mi no me respeta. En cambio a vos te sigue teniendo miedo, cada vez que te nombro parece poseída por el terror. La última vez que le hablé de vos, le arrancó la cabeza de una mordida a mi canario cabecita negra. El que vos odiabas porque empezaba a cantar a las cinco de la mañana, ese mismo. El punto es que la criatura es una salvaje, y urgente necesita una imagen paternal firme que le ponga coto a los caprichitos y las ganas de decapitar animalitos cada vez que se enoja. Pero si creés que esa es la terrible razón por la cual te escribo, es que no conoces a la nena aún. Aunque aún lloro a mi canario, algo más grave está pasando frente a mis narices. Estoy segura.
Nuestra hija Renata está de novia. El domingo pasado me presentó al sujeto en cuestión. Ay, Roberto, el hedor a suciedad que invadió la casa que supimos compartir tiempo atrás hizo que no pudiese controlar las arcadas y terminé vomitando delante de ellos. Un horror. Claro, para ella yo estoy loca, pero nunca me preguntó que me había causado tal asco. Era evidente que ese hombre no sabía lo que era una ducha, pero parece que Renata ni se da por enterada. Para mí que la caída en la pista de esquí de Las Leñas durante el embarazo terminaron por atrofiarle el sentido del olfato. En fin, después de limpiar el accidente, pasar el trapo y volver a encerar el piso del living (como extraño a Encarnación) puse un plástico en el sillón para que el hombre ni atinara a sentarse en mi tapizado. La nena, mientras tanto, tuvo un ataque de ira y quedó convulsionando por ahí, supuestamente porque yo la hago quedar mal. No le presté atención, la dejé ahí con su espectáculo para llamar la atención y aproveché para preguntarle al susodicho que hacía de su vida. Espero estés sentado para asimilar lo que sigue, Roberto. Resulta que el pretendiente de nuestra hija es un reciclador de basura. Ambientalista dice él. Ni siquiera tengo muy en claro que es eso, pero si sé muy bien que eso quiere decir que no trabaja en nada serio, no tiene estudio universitario ni un futuro ¡Vive en la basura, por el amor de Cristo! Y encima se quiere llevar a la nena a un viaje a Catamarca donde se juntan todos vagos como él a hablar de basura, de que más sino. Por favor, Roberto, volvé pronto. Necesito tu firma para poder internar a la nena en el psiquiátrico de nuevo. Voy a tener que terminar falsificándola otra vez si no hacés caso.  

Tuya, Monica


martes, 20 de agosto de 2013

Estoy decidida a hacer un viaje al exterior. Viajar como cuando éramos jóvenes. Quiero irme de vacaciones a algún lugar exótico. Pensé en Medio Oriente. Porque necesito aventurarme. Sentir otra vez en mi cuerpo una adrenalina tal que me estremezca toda y no me haga tener más dudas de que sigo viva. Sí, aunque te cueste creerlo, yo que siempre fui una mujer enérgica que aparentaba diez años menos en cada etapa de la vida, cada día dudo más si mi corazón sigue latiendo. Estoy trabada en una rutina mediocre, y no por propia decisión.
Ayer fui a la carnicería, desde que tuve que dejar a Encarnación en la calle, las compras las hago yo. El punto es que me robé un kilo de entraña. Sin sacarle la grasa, como a vos te gusta. Me sentí viva, pero más importante aún, sentí que me estaba revelando contra este mundo injusto.
Debes pensar que soy una tonta, lo se, siempre subestimándome ¿Pero sabés qué, Roberto? No me importa, ya no me importa nada de lo que opines. Lo hice y lo disfruté.
Está bien, admito que todo no fue maravilloso. Algunos de los clientes que me vieron salir corriendo con el kilo de entraña son conocidos del barrio, de toda la vida. Estaba Juan Carlos, seguro te acordás quien es, el electricista que vive a dos casas de la nuestra. Perdón, la mía. Tenés muy en claro que dejó de ser nuestra después de aquel accidente que voy a pasar por alto en ésta carta ¿Recordás de quien te hablo, no? ¿Te acordás como nos hizo la instalación de la araña del living? Claro que te acordás, si vos fuiste el que salió corriendo a querer matarlo a golpes después que estalló y le prendió fuego el pelo rubio y hermoso a nuestra hija Renata. Como gritaba esa criatura, Jesús mío, con toda la cabeza en llamas. Nunca más  le volvió a crecer el pelo en ciertos lugares, el otro día la miraba sin que ella se diese cuenta (piensa que la juzgo la infeliz) y noté que todavía tiene ciertas partes peladas. Bueno, ese Juan Carlos, un hijo de puta, pero un hijo de puta que saludo siempre que lo veo. Y a la mujer también, Susana creo que se llama, cada tanto le compro esas cremas que vende por catalogo. Huelen como los mil demonios, pero son baratas. Nos dejaste en bancarrota y ya no puedo comprar cremas en Miami.
Ay, Roberto, a veces me olvido que no estás frente a mí, charlo como si tuviésemos todo el tiempo del mundo, y claro que ya no es así. Tuve que volver a leer todo lo que escribí para saber por donde iba. Pero perdí las ganas de seguir, te cuento de las vacaciones en la próxima carta que no sé cuándo será.


Tuya, Monica
Recibí la visita de Renata, juntas descubrimos que el perro de la vecina se mete en el jardín y me orina los tulipanes. Lamento relatarte semejante vulgaridad, pero estoy al límite de un ataque de furia. Mejor te cuento de nuestra hija, cómo quisiera que pudieses verla hoy, tan crecida. Es la viva imagen tuya. Cuando se enoja se le ponen los ojos en blanco y pierde la conciencia, empieza a hablar en una lengua extraña e incomprensible y convulsiona hasta tragarse la lengua. Cuando empieza a con esos espasmos horribles yo le pongo una cuchara de madera bajo la lengua para que no se le meta adentro. Me sorprende la fuerza que tiene a pesar de estar convulsionando, se retuerce con una energía que hace acordarme cuando yo era joven y bailaba en la compañía de ballet. Fui famosa durante todos los años que bailé. Sigo pensando hoy en día que el día que se rompió el piso del escenario y caí al vacío fue un atentado de la mal nacida que quería mi lugar en la compañía. Cuatro costillas rotas y la cadera desplazada. Es el día de hoy que aún siento el dolor punzante de las maderas astilladas clavándose en mi piel. Ay, tantos dolorosos recuerdos me vienen a la mente. Pero Renata no baila, dice que para ser puta prefiere serlo sin pasar vergüenza. Esa boca de cloaca es otro vivo reflejo de tu genética. Pobrecita, está tan malhumorada y dolida con la vida y ni siquiera tuvo hijos. Claro que con esos espasmos horribles quien va a querer darle hijos ¿La imaginas amamantando un bebe en medio de un ataque convulsivo? Seguro reíste al pensarlo, admito que a mi me pasó también.
No hay criatura en el mundo que merezca esa madre, le dije.
Pero Renata piensa que yo la odio, porque enloqueció al escuchar esa verdad pura de mi boca. No entiende que lo mío es amor de madre. Yo, que perdí el útero después de aquel terrible accidente que ni me atrevo a nombrar pero que tan bien recordarás, se mejor que nadie lo que es el amor. El punto es que no le gustó mi honestidad, y automáticamente los ojos se le pusieron blancos y empezó a escupir espuma por la boca en medio de oraciones imposibles de descifrar. Y a todo esto el perro de mierda apareció en el jardín y meó los tulipanes mientras yo trataba de contralar el ataque de nuestra hija. Te lo juro por la Virgen, le voy a cortar las bolas a ese perro desgraciado y se las voy a mandar a la vecina en una caja con moño verde.
Yo así no puedo más, Roberto, estoy agotada. Necesito vacaciones. 

Tuya, Monica

lunes, 19 de agosto de 2013

Acerté casi todos los números en la lotería de la parroquia. No saqué ningún premio, ni siquiera alguno de consuelo por participar. Un premio que, creo yo, debería ser dado. Pero lo que quería contarte, antes de irme por la tangente, fue la adrenalina al ver en vivo y en directo el sorteo. Me sentí joven de nuevo, estaba excitada mientras las bolillas salían de a una por el bolillero. Ay, Dios mio, estoy sonrojada mientras te escribo esto, Roberto, pero necesito que lo sepas. Me masturbé imaginando como iba a cantar ¡Bingo! Aunque ya no puedo llegar al orgasmo, estuve dos horas tocándome y ni siquiera estaba húmeda. Al final estaba agotada, esa noche dormí como un angelito.
Mientras veía el sorteo y acertaba números imaginaba que iba a hacer con la plata, y aunque no lo creas, todas las fantasías te incluían. Porque te sigo amando como el primer día, a pesar de que hayas intentando atropellarme con la camioneta que compraste con la indemnización. Pagaste tu maliciosa intención como es debido, tres años en el penal le sirven de lección a cualquiera, hasta a vos, que no terminaste el cuarto grado. Intento de homicidio es un estigma social que no se quita fácil, pero yo te perdono, aunque nuestra hija insista en que me vaya a vivir al exterior, yo estoy dispuesta a intentarlo de nuevo. Estoy completamente segura que vos también, que estás arrepentido de tus errores. Sino no se explicarían esos llamados tuyos tan graciosos que sigo recibiendo todas la noches. Nuestra hija repite y repite hasta el cansancio que las amenazas de muerte no son chistes y que debería denunciarte, pero ella no sabe la clase de humor que disfrutamos. Como aquella vez que ese grosero me dijo unas barbaridades irrepetibles y vos lo empujaste a la via del tren, nos reímos durante días. Extraño esos tiempos de complicidad, cuando tenía mi útero en su lugar. Extraño mi útero.

Tuya, Monica